De pequeña tenía una amiga llamada Laura, aunque para mí siempre será Laurita; sé que ahora suena a apelativo cariñoso, pero esque ese es su nombre en mi cabeza.
Laurita y yo vivimos muchas aventuras juntas, como jugar a Besos en el patio del cole de preescolar, comprar piruletas al lado del atrio, jugar a las Barbies y a la playstation, pelearnos por quién era Blancanieves cuando veíamos dicha película... etc.
Vivíamos en un pueblo muy pequeñito llamado Mañufe, que, para los que conozcan la zona de Pontevedra un poco, está al lado de Gondomar.
En Mañufe había una pequeña escuela que tenía a niños -y niñas- desde primero de parvulitos hasta 2 de primaria; después los niños iban normalmente al cole de Gondomar, y, los que teníamos padres un poco diferentes, nos íbamos al CEIP Souto Donas.
El caso es que, durante algún momento de ese periodo que pasamos en la pequeña escuela de Mañufe -diría que estando aún en preescolar, pero, quién sabe- sucedió algo realmente precioso que había olvidado por completo hasta esta semana:
Un día, en el patio, Laurita y yo encontramos algo así como el palo de una escoba roto, no estoy segura de lo que era, pero sé que era de plástico naranja. Y, aquí viene lo maravilloso...
¿Qué diablos hacen un par de niñas, en el patio de recreo, con un palo de plástico naranja?
Pues decidimos plantar nuestros sentimientos.
Hicimos un pequeño agujero en la tierra, contamos cosas en voz alta -dios sabe el qué- y, cuando dimos por finalizadas las "confesiones", clavamos el palo en el suelo y colocamos bien la tierra para que no cayera.
Cuando pienso en estas cosas me doy cuenta de que, pase lo que pase, los abriles siempre vuelven, y, lo que hay dentro, dentro, dentro, no puede volar ni con los años, ni con los golpes.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario